viernes, 12 de noviembre de 2010

“¿Cómo pueden ser tan buenos futbolistas con esas condiciones?”

Roberto Garcés Nieto. Periodista deportivo especializado en automovilismo y motociclismo. Nació el 23 de mayo de 1969 (41) en Ibarra.
Su padre, Pablo Garcés, ex militara y su madre, Susana Nieto, ama de casa.
Ganó el premio Jorge Mantilla Ortega con su reportaje: “Semillero de fútbol en Chota y Esmeraldas” en 2000.
Es amante de la música ochentera e hincha del Deportivo Quito.
En su oficina tiene un portarretrato con la fotografía de su hijo Mateo, de siete años y su escritorio luce un poco desordenado. Encima de todo el papeleo relucen sus revistas de motociclismo.

1) ¿Cuándo decidió estudiar periodismo?

Cuando yo me gradué del colegio, en 1987.
Pero no pude ingresar apenas terminé el bachillerato, porque la facultad de comunicación social estaba cerrada por huelgas. Tuve que esperar un año.

2) ¿Desde cuándo nació su afición por el automovilismo?
Cuando tenía 5 cinco años Fernando Madera, el mejor automovilista del país en ese entonces, era amigo de mi abuelo y de mi tío. Solíamos ir a su casa o a las carreras y yo le veía como mi gran ídolo. Desde allí me gustó este deporte.

3) ¿Es importante practicar el deporte para entenderlo mejor como periodista?

Sí. Por ejemplo, yo no soy solo empírico. Es significativo cuando tú te centras en un tema muy específico en el periodismo, no solo quedarte desde afuera, sino vivirlo cómo es desde adentro. Si vas a hablar de fútbol tienes que saberlo jugar, de básquet igual y todos los deportes.


4) ¿Alguna vez pensó que se equivocó de carrera?
Es una profesión bonita, pero muy ingrata a la vez. Sobretodo cuando tú trabajas en medios.
Su mejor jefe ¿quién fue?
José Hernández, colombiano. Pese a lo difícil, exigente y algún momento hasta grosero una persona de sacarse el sombrero. El mejor jefe que he tenido.

5) ¿Qué es lo más lindo del periodismo?
Amigos. No diría solo uno, sino toda la gente que conoces gracias a la profesión.

6) El mejor reportaje que ha realizado ¿cuál es?

“Semillero de fútbol en Chota y Esmeraldas” en 2000. Porque con ese gané el premio Jorge Mantilla Ortega. Es el que mejores recuerdos me trae.

7) ¿Qué sintió cuando le dieron la noticia del premio?
Que di un paso esencial en mi carrera. Fue sacrificado, cansado, pero sobre todo lo hice con pasión.

8) ¿Quién le dio la noticia?

No recuerdo bien. Pero fue alguien en la sala de redacción

9) ¿Qué enseñanza le dejó el reportaje?

El darme cuenta de la realidad en la pobreza que viven los niños del Chota y Esmeraldas. Saber cómo buscan al fútbol como su única opción de salida de la miseria. La vida miserable, no de la gente sino, de la situación del país. Es horrible.

10) ¿Qué fue lo que más le sorprendió?

Para poder hacer la fotografía con todos los niños necesitábamos un balón. Cuando lo obtuvimos era una pelota vieja, desinflada, quedaba solo cuero.
Me pregunté: ¿cómo pueden ser tan buenos futbolistas con esas condiciones?

11) ¿Qué es lo mejor de haber sacado el premio?

La responsabilidad después de ganar un premio así. Mejorar siempre.

12) ¿Es posible superar el trabajo realizado?

Es imposible superar un trabajo como el reportaje con el que ganaste. Pero te motiva a hacer las cosas bien. No llegará a la calidad para ganar un premio. Pero lo importante es hacerlo bien.

13) ¿Cuál fue la clave para el reportaje?

Reportear bien. Realizar un trabajo sin suposiciones, todo con datos verificables. Pero sobretodo ponerle pasión.

lunes, 15 de junio de 2009

TESTIMONIOS DE MARCO CHIRIBOGA VILLAQUIRÁN


Marco Chiriboga Villaquirán nació en Quito en el año de 1948. Está realizando un nuevo libro sobre sus memorias acerca de la vida en el Quito de hace unos años y, aunque aún no lo termina de escribir, ya tiene el nombre de su obra, “Historias Quitenses”.

Trabajó como director de la sección literaria del Diario la Prensa en Nueva York.
- Representante de la revista Bussines Week
- Dirige la sección Latinoamericana de la editorial italiana Rizolli, y Adlre´s Foreing Books de Alemania
- Ha publicado más de 20 libros como: “Breve historia del dolor”, y su última publicación: “vida, Pasión y Muerte De Eugenio Espejo
- Propietario de la empresa editorial Panorama

Imaginó estar una vez más en su vieja casa del barrio, construida de adobe y techo de teja, los corredores eternos y sus barandas para meter la cabeza y extasiarse contemplando la pila del patio. Aquella vieja casona con cuartos enormes y aleros llenos de pájaros. El antiguo refugio donde transcurrieron los días de su infancia, provocando nostalgia al recordar los detalles que llenaron las horas de la maravillosa edad de los sueños y las esperanzas.

De pronto resonó en su mente el ruido del chis-chas, que marcaban las escobas de coco al frotar los adoquines cuando pasaban afanosos por la calle los “capariches; el grito del panadero que ofrecía sus panes recién salidos del horno que llevaba en una gran canasta colocada sobre su cabeza de malabarista; la oferta de la leche recién ordeñada que vendía por pilches el hombre que bajaba del Itchimbía mientras su vaca mugía atada a un poste de la esquina. Y cómo olvidar el batir rítmico del huevo con azúcar del que salía una deliciosa espumilla preparada por su madre.

Le pareció escuchar a la distancia el lejano pito con notas de rondín que hacían sonar los conductores para dar aviso a los pasajeros que el bus iba a ponerse en marcha, y volvió a oír las voces de los canillitas que ofrecían el periódico con las noticias, sean ciertas o falsas.

Le da tristeza pensar en los niños de hoy, ya que desde el instante en que las personas nacen se hallan bajo un constante e inmisericorde bombardeo de ruidos hostiles. Como el del reloj que ya no hace tictac, sino que emite un zumbido interminable que lastima los oídos. Dice que los gallos se han mudado a otro lugar, y que ya no son aquellos despertadores de la mañana con su kikirikí; en lugar de la escoba se escucha el estrepitoso quejido de la aspiradora, y lo que más ha cambiado es la conversación reposada de los mayores en una mecedora, eso se ha convertido en este tiempo en el fragor de las palabras convertidas en armas, en granadas de mano para lanzarse unos a otros.
Y qué decir de las casas, pues ya no suenan tan bonito como las de antes. El crujir que producían las duelas de los pisos ha sido reemplazado con baldosas y los adoquines con el absurdo pavimento. Las calles de Quito ya no son cómplices del paso reposado de los transeúntes; todo el mundo corre, nadie platica, todos gritan al unísono. Los vendedores ambulantes ya no venden su mercancía con el argumento de su ingenio, ahora ellos imponen. Se pregunta sobre el señor con la carreta del ponche y sus vasos llenos de golosina, también acerca del vendedor de helados de mora y leche con los barquillos de vainilla. Y termina contando sobre los gritos de la carbonera de la media cuadra, llamando a su hijo Olguer para que le ayude a meter los sacos de carbón de leña, traída del Pichincha que se amontonaban en la acera, provocando la risa en todo el vecindario.